4.02.2007

happyhour_Saiko.mp3
Entre copas, comenzamos.


Creo que se llama Francisco o Sebastián, o uno de esos nombres clonados de nuestra generación. Apenas me ve, se engancha con mis ojos- lo sé, porque lo mismo me pasa con las güaguas y los perros. Yo le pongo de nombre Rucio porque de su cabeza le cuelga una rasta de pelo seco y amarillo, y él repite que me parezco a la Tamara Acosta. Me río. Él no me despega los ojos.

La Gabriela lo encuentra mino así que me corro para el lado. Converso con un tal Pablo, que me guiña el ojo coqueto y amenazante. Me río nerviosa y los vodka naranja siguen llegando automáticos, como movilizados por invisibles hilos alcohólicos. El sabor del Eristoff nunca me supo tan bien, pienso, y mis mejillas arreboladas de calor se tensan y ensanchan.

No hay papelillos, así que el Rucio hace cigarros en la cocina con las páginas de un Nuevo Testamento. La Gaby le dice que no se preocupe, que en la casa hay hartos, y que sus papás no se van a dar cuenta. La Gaby no es bonita y el Rucio no esta ni ahí, y cuando le rechazo una piteada diciéndole que no fumo, no me cree. No estoy acostumbrada a que los minos generacionales me miren fijo, pero el vodka naranja me relaja y me río de sus halagos sofocados. Sí, si me habían dicho lo de mis ojos, que son los más lindos y expresivos del mundo, pero eso de que mi boca es perversamente erótica es nuevo, muchas gracias.

Me ataja cuando vamos saliendo y me besa el cuello. La Gaby no alcanza a ver nada, y se va feliz con una direccion de messenger anotada en su celular rosado. La Rosario esta encerrada en una pieza con un tipo de polera roja, y afuera, alguien de azul le pide explicaciones a la Vale. Esta amaneciendo y por la ventana del departamento alcanzo a ver un transantiago naranja. Suena Saiko, no conozco a nadie y el único que se portó bien hoydía fue Eristoff- pienso, mientras el Rucio insiste en tomarme por por la cintura, y me muerde el lóbulo de la oreja.

Me doy vuelta y mientras nos besamos escondidos detrás de un refrigerador, se me ocurre que apagada la luz fluorescente su rasta se ve más verde que rubia. Me toma por las caderas y me levanta sobre el mesón, y mis piernas ávidas de vaya a saber una que sentimiento lo aprisionan con soltura. Cuando me susurra Tamara Linda me siento actriz de una porno fetiche o de una película chilena de bajo presupuesto, y no me molesta nada en verdad. No hasta que siento el golpe en la espalda y el portazo, y entre ciega y asustada palpo a tientas lo que peligrosamente parece ser una Biblia. Lanzada, sin duda alguna, con muy buena puntería y algo de enojo.

Por interno Eristoff me informa que éstas, las mías, no son mas que divagaciones alcohólicas, y mi pelicula sigue... bueno, rodando.

En telarañas, y a mentir.


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